Con épica también ganan

Fútbol es ser fiel a una idea y seguirla hasta el final para alcanzar tus objetivos. Aquellos equipos que, a través de su forma de entender este deporte que tantas pasiones levanta, ganan partidos y, a la postre, títulos son los que acabamos reconociendo como grandes conjuntos. Pero hay una diferencia entre éstos y los que logran tocar igualmente el cielo cuando esa idea resulta no ser el medio y hay que buscar un plan B. Entran en juego, entonces, factores como el hambre, las ganas y el creer hasta el final en tus jugadores. Porque esos son los que, décadas después, todos recuerdan. Y, sin duda alguna, por partidos como el de ayer, a este Barça no lo olvidaremos jamás. 



Tanto el equipo de Luis Enrique como el Sevilla de Emery llegaban a la final de Copa del Calderon con la meta entre ceja y ceja de rematar una temporada buena para ambos. Unos por ganar la Liga, el premio a estar a un gran nivel durante todo el curso, y otros después de alzar su tercera Europa League consecutiva demostrando que nunca se esconden en los días grandes. 

Todo arrancó según lo esperado. Los blaugrana intentaban encontrar a Messi entre líneas a partir de controlar la final con balón y el Sevilla se ordenó bien desde el primer minuto para lanzar después en dirección a Gameiro a pesar del desgaste del partido contra el Liverpool que disputaron en Basilea el pasado miércoles. Ninguno de los planes funcionaba a la perfección. Sí, es cierto que el Barça no comenzó sufriendo en exceso y Leo logró recibir a la espalda de Krychowiak y Iborra en más de una ocasión, pero Neymar y Suárez estuvieron bien tapados y la opción de un pase al espacio no llegó. Por su parte, Unai vio a ese doble pivote perder su sitio en más de una ocasión, algo que no es buena señal en un encuentro en el que una única jugada puede apartarte de las opciones por levantar el trofeo al final. Llegadas había, pero todos teníamos la sensación de que el partido tardaría en decidirse si ninguno de los dos finalistas no daba un paso al frente. Pero todo cambió en el minuto 35'. 



La roja a Mascherano destrozó el guión que todos teníamos en mente. El Sevilla pasó a controlar gracias a la posesión y el Barça se vio obligado a replegar cerrando espacios y confiando en las salidas al espacio de Messi, Neymar y Suárez (hasta que se rompió). Jugar con 10 durante una hora desgasta y provoca que, inevitablemente, el rival te llegue al área con mucha más facilidad. Sólo hay, creo, una forma de contrarrestarlo. Que tus hombres de atrás se muestren de lo más seguros y que alguien en el medio sea capaz de oxigenar, que no le queme el balón cuando reciba para que tus delanteros puedan olvidarse de ocupar su nueva posición más atrasada y rompan a la espalda de la defensa. Luis Enrique, por suerte para él, encontró en Piqué e Iniesta, que nos regaló otra actuación prodigiosa, a esos dos hombres clave y gracias a ellos se mantuvo vivo en la final. El Barça le dio las bandas al Sevilla y acumuló gente alrededor de Busquets para evitar daños por ahí. Surgió efecto. Banega no tuvo el protagonismo que sí exhibió ante el Liverpool de Klopp y después fue expulsado tras una acción que lo volvía a equilibrar todo de cara a la prórroga. Emery no había sabido aprovechar la superioridad, había quitado a Mariano, que secó a Neymar mientras estuvo en el césped, y no había reaccionado correctamente con los cambios cuando su equipo pedía a gritos un rematador. Los genios no siempre aciertan y, en esto del fútbol, si perdonas lo acabas pagando. Eso fue lo que pasó. 

En el tiempo extra, el Barça no se volvió loco. Otro acierto de un Luis Enrique que, desde la banda, vio cómo Messi y Neymar encontraron espacios entre la medular y la defensa rival. Ahí, todos sabemos que ya no perdonan. Recibieron, corrieron, encararon y se marcharon para llegar una y otra vez al área rival. Y para decidir una final que pasó por mil y una fases. Primero con un gol de Jordi Alba, que volvió a subirse a la moto como ya hizo contra el Milán en aquella remontada de Champions en 2013 o en la final de la EURO 2012 frente a Italia. Más tarde, a escasos minutos de que Del Cerro Grande pitara el final, con el tanto de un Neymar que aprovechó a la perfección el enésimo pase milimétrico del astro argentino buscando la espalda de Rami y Carriço. La Copa ya tenía dueño. 



Vigésimo primer título desde que llegó Pep. Una brutalidad al alcance de muy pocos clubes, quizás ninguno, en lo que este deporte lleva de historia. Porque ganar tanto en tan poco tiempo puede hacerte perder ese ansia, esas ganas que estos jugadores no abandonan y conservan desde que Guardiola mostró el camino. Desde entonces, esa idea que comentábamos al principio ha variado, es cierto. El fútbol del Barça en 2016 no tiene la brillantez en espacios reducidos que tenía en 2010, pero ahora es más difícil de combatir y superar. Eso sí, siempre han acabado apareciendo los mismos. Porque los recitales de Iniesta, Piqué o Busquets no se han perdido y porque, por encima de todo, el mejor de todos los tiempos sigue con ganas de pasárselo muy bien jugando a esto del balón.  

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