La misma historia de siempre

Teníamos nuestras dudas, es cierto. Por la irregularidad del Sevilla durante una temporada que no fue del todo brillante y por la sensación de crecimiento que deja el Liverpool desde que llegó Klopp. Pero subestimamos la mística que tiene el equipo andaluz con una competición que, después de ganarla ayer por tercer año consecutivo y por quinta vez en su historia, ha hecho suya. Porque, esta vez, a los de Emery les dio igual ser notablemente inferiores en una primera parte en la que estuvieron más cerca que nunca de caer. Al final, como siempre, volvieron a vencer para seguir reinando en esa UEFA Europa League que tanto adora el sevillismo. 


Dos partidos totalmente distintos en una misma final podría ser un título simple e ilustrativo de lo que sucedió ayer en el St. Jakob-Park de Basilea. Y es que el argumento de los primeros 45' poco tuvo que ver con lo que pasó tras el descanso. Ambos salieron tensos, buscando evitar el error, aunque los hispalenses parecían más hechos a esa sensación, algo que podría decantarlo a su favor tarde o temprano. Pero fue un espejismo que duró muy poco. Excesivamente poco. El Liverpool, a medida que pasaban los minutos, se fue soltando, comenzó a creer en esa premisa de cerrar bien el medio con Can y Milner y tapar las arrancadas de Gameiro gracias a la solidez de Touré y Lovren. Lo cierto es que todo ello dio resultados y Lallana, Coutinho y Firmino, pese a no brillar al máximo, encontraron esos espacios que casi apartan de la final al Sevilla cuando se derrumbó en la primera parte del partido que jugó en Ucrania contra el Shaktar. La presión de Jürgen no dejaba respirar y los errores de la zaga sevillista aumentaban por momentos. Lo inevitable estaba al caer y terminó por llegar gracias a un bellísimo disparo con el exterior de Sturridge. El inglés lo celebró con su tradicional baile de la ola y los ojos de cada aficionado red se llenaron de ese brillo propio de cuando estás un paso más cerca del objetivo soñado. El Sevilla estaba muerto. 

Ni una ocasión de peligro y prácticamente ninguna llegada con peligro al área de Mignolet. Gameiro parecía más lento que esos dos centrales aparentemente pesados, Vitolo intervenía poco y la banda cubierta por Coke y Mariano no dejaba la sensación de seguridad que Emery esperaba desde que se decidió por alinear a ambos laterales en la derecha. Sólo Banega, que más que en una final europea parecía que estuviera en el patio del colegio en el que pasó la infancia, daba oxigeno a los suyos sin perder el balón ante la presión inglesa. Unay pedía el descanso a gritos aunque, a pesar de la fragilidad de los suyos, el 1-0 adverso no era tan malo si se tenía en cuenta que el Liverpool llegaba con continuidad y que incluso el árbitro no había visto un par de penaltis perfectamente pitables. El Sevilla estaba muerto. 


Cualquiera que haya visto fútbol, aunque sea muy de vez en cuando, sabe que en este deporte, como en la mayoría, un instante puede cambiarlo todo. Y ayer, una vez más, quedó demostrado. No sé qué dijo Emery en el vestuario durante el parón pero su equipo salió completamente transformado hasta tal punto que sólo tardó 18'' en lograr el 1-1 gracias a una acción fenomenal de un Mariano que firmó un partido de escándalo pese a estar algo desamparado durante el primer tiempo. Llámenle suerte o llámenle salir a morder, pero el partido dio un giro total y el Liverpool ya no se levantó del duro golpe psicológico. 

Se podría decir que, de ahí al final, no hubo color. Los de Anfield habían dominado hasta el momento pero de nada sirvió porque el conjunto de Klopp se rompió por dentro. Can y Milner se vieron solos y Banega encontró, al fin, a Gameiro al espacio para que siguieran llegando ocasiones. Querían rematar la final y eso fue lo que sucedió, aunque de un modo especial. El fútbol, esta vez, no premió a la estrella, al goleador o al técnicamente más capacitado. No. Fue Coke el encargado de tocar el cielo a través de dos goles que confirmaron que el Liverpool ya no se iba a recuperar. Curioso, por otro lado. Y es que probablemente habría sido él uno de los elegidos por el entrenador para abandonar el terreno de juego en busca de soluciones y revulsivos si el empate no hubiese llegado. Todo eso, obviamente, ya daba igual. 


Ni una oportunidad clara, poca gente vestida de rojo en el área de David Soria y el mínimo riesgo para buscar una remontada épica que no iba a llegar. No habría milagro como en Estambul y el Sevilla saldría, una vez más, reconocido por todos como el rey de una Europa League en la que, hasta el momento, nadie le ha podido batir. Porque es su competición, porque lo hace todo bien cuando no se puede fallar y porque, a pesar de no cuajar un curso brillante, este equipo tiene un plus especial que siempre le acompaña en los grandes días. Quizás, con todo ello, ahora toque mirar de tú a tú al Barça en la final de Copa. Y quizás ahora, tras dejar claro que no tiene rival entre los buenos del viejo continente, toque consolidarse entre los mejores. 

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