Londres, enero de 2014. Partido de 3ª ronda de FA Cup entre Arsenal y Tottenham. Recital de un Serge Gnabry desconocido para muchos en su primera oportunidad de nivel. Wenger comenzaba a probar a Walcott en el centro del ataque y, con la enfermería del Emirates a rebosar, la plantilla gunner parecía algo necesitada de atacantes en ese costado derecho. Había nacido una estrella. O no. Porque allí explotó, pero poco a poco esa esperanza de promesa se disolvió con la llegada de un consolidado Alexis y la irrupción de más jóvenes como Iwobi. Se apagaba, tenía que salir y la oferta que el Werder Bremen puso sobre la mesa este verano parecía ideal. Pero antes de llegar a la Bundelsiga, Serge aún tenía algo que decir.
Di María, Messi, Kanu, Eto'o, Geremi o incluso Neymar... La lista de nombres que sobresalieron en alguna de las recientes ediciones de los JJOO está plagada de jugadores grandes. Todos ellos, a día de hoy, parecen estar o haber estado uno o dos escalones por encima de ese joven de 21 años nacido en Stuttgart pero Serge se encaprichó y acabó uniéndose a ellos tras un último agosto de locura en Brasil. Alemania no ganó el oro, pero el torneo de Gnabry fue de una superioridad absoluta. Ese empujón que le hacía falta para recuperar la confianza que un día de 2014 Arsène le dio.
Cuando militaba en las inferiores del Arsenal, todos tendían a compararle con Walcott. Era un jugador atlético con un sprint de vértigo y mucha potencia. Ahora el cuento es diferente. Porque Rio 2016 sirvió para que el mundo viera que Serge ha cambiado. Es más maduro, lidera y ha trasladado al oficio de futbolista de banda todo aquello que hace bien cuando en ocasiones ocupa posiciones por detrás del delantero. Ya no es sólo ese extremo que se pega a banda y aprovecha espacios. Recibe, encara y se atreve a entrar para dentro. Llega a área, filtra buenos pases o vuelve a buscar el desequilibrio para luego disparar. Así alcanzó la cifra de 6 goles en 6 partidos durante los JJOO y así llevó a una Alemania que ya se olvidaba de él a la final en casa del anfitrión.
Ayer debutó con la absoluta en la victoria del combinado de Löw frente a San Marino. Y sí, el rival era tremendamente inferior, pero lo hizo con 3 goles. San Marino no era el contrincante ideal para poder ver si Gnabry ha acabado de pulir esa intermitencia que a veces muestra y ese individualismo del que se habló durante Rio 2016 pero lo de ayer es una evidencia más de que sigue creciendo. Otra prueba de que es un futbolista cada vez más inteligente y un argumento más para pensar que igual Wenger se equivocó. Quizás alguien así merecía otra oportunidad en un fútbol de espacios como el inglés.
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